Burning down the house
Poniendo la casa en fuego, arte incendiario
El célebre artista Roberto González Fernández expone una nueva serie de paisajes con figuras en la galería Espacio 48 de Santiago de Compostela. Una muestra apasionante de uno de los más notables artistas contemporáneos nacidos en Galicia con proyección cosmopolita.
Los artistas de larga trayectoria, como es el caso de Roberto González Fernández, tienen a las cuatro virtudes cardinales de su parte. La prudencia, la templanza, la fortaleza y la justicia guían sus producciones, que no están sujetas a las tendencias del momento, ni a las convulsiones de audacias pasajeras.
En Santiago de Compostela, las cuatro virtudes cardinales coronan la bella iglesia de San Fructuoso. Las cuatro esculturas conocidas popularmente como las sotas están haciendo de peineta escultural en un edificio barroco de Lucas Ferro Caaveiro (1699-1770), a quien el historiador Eduardo Beiras acaba de dedicar una monografía publicada por Caixa Galicia. Pues bien, las cuatro virtudes desafían la gravedad colocadas como seres alados sobre el frontal de la iglesia compostelana. De igual modo, Roberto González Fernández, ingrávido se autorretrata en las cornisas de museos europeos escapando de las llamas iconoclastas que acechan las virtudes cardinales procedentes de violencias orientales, antítesis fundamentalistas e ideologías ajenas a las ideas de la razón. Las cuatro virtudes se cobijaban en el barroco del siglo XVIII en las iglesias, actualmente en el tiempo hipermoderno del siglo XXI, las cuatro virtudes se resguardan en el museo.
El museo es en nuestra contemporaneidad el ágora donde todo ocurre. Lejos quedan las concepciones del edificio dedicado a museo como un viejo almacén donde los mármoles romanos recogían el polvo que se sacu- día de los almacenes de pintura manierista. Hoy el museo es centro de producción, lugar de encuentro, establecimiento comercial, librería, restaurante, sala de conciertos, pista de baile y sala de debate.
Por ello resulta lógico que para representar las violencias de la ruina en forma de incendio que acechan a la cultura de Occidente, Roberto González Fernández haya retratado museos como el Pompidou, el Kursaal, el Vitra, el CGAC, alrededor de los que representa la metáfora de la ruina por medio del retrato de un virulento fuego que acecha con sus lenguas exterminadoras al escapar por las ventanas de una reinterpretación de la torre de Babel de Brueghel. Los museos son lugares de Occidente y el zigurat de Babel, con su cataclismo y melé destructiva se sitúa mitológicamente en Irak. He aquí en la serie la representación de un conflicto de Occidente y Oriente en la visión de un artista plural, amante de la diversidad, lleno de bonhomía y tocado por la varita de las virtudes cardinales.
En esta serie de cuadros en los que vemos museos y sus fuegos amenazadores impecablemente realizados se aprecia la sólida estilística pictográfica del artista. Su "prudencia" le hace representar la violencia con la metáfora del arte, y sobre las arquitecturas que pinta se modulan llamas de incendios ordenadas como puñetazos de boxeador. La templanza le permite ser un creador de largo recorrido que sorprende y acaricia a sus aficionados con cada nueva serie haciendo siempre un tour de force que representa su propio crecimiento y evolución. Si antes pintó arquitecturas, luego paisajes, también figuras masculinas convulsas como San Sebastián y, cómo no, la torre de Babel tanto en escultura como en pintura, ahora le añade el fuego y los tres elementos se tocan en esta nueva y fascinante serie. La fortaleza es de quien pinta como un león y remata los cuadros. Y la justicia es la que intenta hacerle un crítico humilde como quien escribe estas líneas, dando en poner en valor una obra pictórica tan verdadera como la vida del artista pintor que se retrata lejos de la adolescencia, ese estado latente del alma del que es conveniente salir impulsado o no por el fuego. El arte de quemar la candidez con la madurez.Román Padín Otero
Los artistas de larga trayectoria, como es el caso de Roberto González Fernández, tienen a las cuatro virtudes cardinales de su parte. La prudencia, la templanza, la fortaleza y la justicia guían sus producciones, que no están sujetas a las tendencias del momento, ni a las convulsiones de audacias pasajeras.
En Santiago de Compostela, las cuatro virtudes cardinales coronan la bella iglesia de San Fructuoso. Las cuatro esculturas conocidas popularmente como las sotas están haciendo de peineta escultural en un edificio barroco de Lucas Ferro Caaveiro (1699-1770), a quien el historiador Eduardo Beiras acaba de dedicar una monografía publicada por Caixa Galicia. Pues bien, las cuatro virtudes desafían la gravedad colocadas como seres alados sobre el frontal de la iglesia compostelana. De igual modo, Roberto González Fernández, ingrávido se autorretrata en las cornisas de museos europeos escapando de las llamas iconoclastas que acechan las virtudes cardinales procedentes de violencias orientales, antítesis fundamentalistas e ideologías ajenas a las ideas de la razón. Las cuatro virtudes se cobijaban en el barroco del siglo XVIII en las iglesias, actualmente en el tiempo hipermoderno del siglo XXI, las cuatro virtudes se resguardan en el museo.
El museo es en nuestra contemporaneidad el ágora donde todo ocurre. Lejos quedan las concepciones del edificio dedicado a museo como un viejo almacén donde los mármoles romanos recogían el polvo que se sacu- día de los almacenes de pintura manierista. Hoy el museo es centro de producción, lugar de encuentro, establecimiento comercial, librería, restaurante, sala de conciertos, pista de baile y sala de debate.
Por ello resulta lógico que para representar las violencias de la ruina en forma de incendio que acechan a la cultura de Occidente, Roberto González Fernández haya retratado museos como el Pompidou, el Kursaal, el Vitra, el CGAC, alrededor de los que representa la metáfora de la ruina por medio del retrato de un virulento fuego que acecha con sus lenguas exterminadoras al escapar por las ventanas de una reinterpretación de la torre de Babel de Brueghel. Los museos son lugares de Occidente y el zigurat de Babel, con su cataclismo y melé destructiva se sitúa mitológicamente en Irak. He aquí en la serie la representación de un conflicto de Occidente y Oriente en la visión de un artista plural, amante de la diversidad, lleno de bonhomía y tocado por la varita de las virtudes cardinales.
En esta serie de cuadros en los que vemos museos y sus fuegos amenazadores impecablemente realizados se aprecia la sólida estilística pictográfica del artista. Su "prudencia" le hace representar la violencia con la metáfora del arte, y sobre las arquitecturas que pinta se modulan llamas de incendios ordenadas como puñetazos de boxeador. La templanza le permite ser un creador de largo recorrido que sorprende y acaricia a sus aficionados con cada nueva serie haciendo siempre un tour de force que representa su propio crecimiento y evolución. Si antes pintó arquitecturas, luego paisajes, también figuras masculinas convulsas como San Sebastián y, cómo no, la torre de Babel tanto en escultura como en pintura, ahora le añade el fuego y los tres elementos se tocan en esta nueva y fascinante serie. La fortaleza es de quien pinta como un león y remata los cuadros. Y la justicia es la que intenta hacerle un crítico humilde como quien escribe estas líneas, dando en poner en valor una obra pictórica tan verdadera como la vida del artista pintor que se retrata lejos de la adolescencia, ese estado latente del alma del que es conveniente salir impulsado o no por el fuego. El arte de quemar la candidez con la madurez.Román Padín Otero
Je viens de publier aujourd´hui en el correo gallego this article on Roberto González Fernández, encore un realiste idéal. La beauté!