domingo, 19 de septiembre de 2010

El vestido antropológico, Mugalari

El vestido antropológico
Visita a la cultura de una época a través de su vestido
Una exposición en el Museo de Artes Decorativas de París, repasa dos décadas de la moda contemporánea. Los años setenta y ochenta, se conocen en la muestra por medio de sus vestidos, una forma de genealogía del gusto contemporáneo y la visión de una época desde el oficio que difundió la silueta de los cantantes de rock, desde la MTV a la calle.
Historia ideal de la moda contemporánea. Les arts décoratifs. Varios autores. Hasta el 10 de octubre

No es por casualidad que las exposiciones sobre artes decorativas se multiplican en nuestros días. En concreto las muestras sobre la moda, sus épocas y los grandes diseñadores llenan salas de museos y galerías de arte. En París, Amberes, en Roterdam, Londres podemos visitar exposiciones sobre moda. En Bilbao el museo de Bellas Artes dedica una retrospectiva a Balenciaga. Hay, un interés por la parte más plástica, cronológica, antropológica y cultura de la creación a través del vestido.
El museo de Artes Decorativas de París, dedica una muestra a los años setenta y ochenta en la moda. En esa década despuntaron algunos de los diseñadores más señalados del universo del textil quienes colaboraron en la creación de la semiótica de la imagen como discurso cultural pop.
Adolfo Domínguez, convirtió su slogan publicitario en símbolo de la época. Su frase "la arruga es bella", servía de argumento para romper con un pasado estético, político y social. Frente a lo planchado, a lo sartorial, a lo rígido, a lo centralizado, surgía una moda en la que se permitía y alentaba lo arrugado. Quienes seguían el aspecto desestructurado y arrugado de Adolfo, Armani, Girbaud, Gaultier y tantos otros grandes creadores de listo para llevar de esos años, hacían también una afirmación cultural de tener una voluntad de cambiar el mundo. Se vestía de modo opuesto a la moda anterior, por clave de libertad.
En esa época, la moda, como afirmaría Roland Barthes, era una frase que con varios significantes se identificaba con el cambio. No estacional, sino cultural.
A principios de los años ochenta salió a escena la diseñadora Sybilla. Sus colores inspirados en la naturaleza más magmática tenían un discurso semejante a otro contemporáneo, el pintor y escultor Miquel Barceló. En los dos casos una vuelta "a las cavernas" y a lo matérico, servían como excusa para una paleta de colores y unas texturas propias del laberinto cretense. Sybilla fue muy conocida internacionalmente y es la única creadora española presente en la gran retrospectiva que el parisino museo de Les Arts Décoratifs le dedica a los años setenta y ochenta. Unas décadas donde se acuñaron los universos de diseñador y se impusieron como modo de producir no solo moda, si no también estilo de vida.
Hasta llegar a este fin de siglo XX, llamado de los diseñadores, hubo un tránsito que se inició con la crisis producida por los sucesivos períodos bélicos que asolaron el siglo XX.
Tras la segunda guerra mundial, el sector del lujo experimentó a través del entramado Colbertiano francés, una resurrección de la alta costura, que sirvió para reactivar la economía y la fantasía. Las grandes casas de moda a ambos lados del Atlántico, sentaron las bases para el desarrollo del concepto de “marca” que nos rodea en la actualidad. Las prendas de listo para llevar a partir de modelos exclusivos personalizados, las licencias de accesorios y complementos, la cosmética y los perfumes con nombre de costurero, comenzaron en esos años.
Yves Saint Laurent, fue de los primeros en adivinar el fin de la alta costura como estilo de vida y con sus tiendas “Rive Gauche”, proyectó el negocio textil en la forma que regiría la década de los años setenta, el prêt à porter de boutique. Y con esa nueva dialéctica surgen los creadores de personalidad marcada, con unas prendas identificativas de su estilo y un gran acercamiento a la calle. Creadores como Sonia Rykiel, con su comodidad y mujeres siempre con sonrisa. La sensualidad un poco retro de Cacharel y el orientalismo de Kenzo. Todos ellos entramados empresariales vinculados en la propiedad al propio diseñador e de tamaño intermedio.
La sofisticación hizo aparición en la década de los años ochenta y modistos como Thierry Mugler o Claude Montana, vistieron a una mujer del futuro y a un hombre aficionado a los viajes intergalácticos. Además universos llenos de color y legendarios como el de Christian Lacroix, el Chanel de Karl Lagerfeld, la femineidad exquisita de Azzedine Alaïa y el mundo perfecto de formas nunca vistas antes con colores brillantes firmado por Versace, Ferré y Valentino, llenaron los armarios de todo el mundo y dieron una vuelta de tuerca a ciudades como Miami o Milán. Ropas que saltaron de las pasarelas a la calle a través de los cantantes de rock, quienes como clientes y musos principales se ponían las ropas de los diseñadores en los vídeos que difundía la MTV y que era sello icnográfico de la época. La música por vez primera era hecha para ser vista, lo mismo que la moda y del maridaje de ambas surgió el fenómeno sociológico del sistema de la moda actual, la supermodelos y la cultura del espectáculo.
El tránsito último en el sistema de la moda, fue cara al universo del diseñador, la adquisición de esas marcas unipersonales forjadas por el genio de los diseñadores-empresarios, fueron siendo progresivamente adquiridas por grandes grupos empresariales como o LVMH. Con el fin de la década de los años ochenta, llegó pues la era de las grandes estructuras del lujo, las marcas que conocemos actualmente y que nos asedian sin arreciar con masivas campañas de publicidad y todo tipo de accesorios.
De aquellos visionarios años setenta y ochenta, se mantuvieron fundamentalmente, los creadores adscritos a grandes gigantes. Ahora por medio de diversas exposiciones en todo el mundo podemos recordar a esos creadores, a los que están y a los que están en la memoria. Todos ellos inventores del estilo de un tiempo que nos tocó vivir.
Román Padín Otero