El estilo naturalista y escenográfico de la pintura de Carlos Sobrino
La pintura de Carlos Sobrino Buhigas (1885-1978) sirve de contexto para conocer en un amplio espectro temporal las formas que pueden adoptar los universos de teatralidad escenográfica en las artes plásticas.
Al pintor pontevedrés Carlos Sobrino le correspondió iniciar y pintar los primeros capítulos de su actividad creativa en un tiempo coincidente con el solsticio de la Belle Époque. Una época en la que el arte, la música y la moda basculaban entre el preciosismo modernista y la reinvención del mundo vanguardista. La revisitación de su universo se hace ahora en la exposición que Caixanova dedica al pintor en su sala de Pontevedra y que más tarde podrá ser vista en Vigo.
Al acercarse a este universo de artista, se consigue hacer un análisis del momento histórico en que las obras fueron ejecutadas. La del cambio de siglo era una época en la que se apreciaban las novedades artísticas, a la vez que se ahondaba en las raíces nacionales europeas y se veían con curiosidad las relaciones sociales entre los representantes del Antiguo Régimen y la burguesía ascendente, las relaciones entre el viejo y el nuevo mundo.
Es significativo mencionar que la forma de hacer l´ambience sobrino correspondía más al gusto clasicista de la época que a los dictados de las vanguardias. Al extremo de que hubieron de pasar décadas para que las extraordinarias y complejas producciones de este artista o de otros contemporáneos suyos como Sorolla, Sert, Zuloaga y tantos otros artistas preciosistas, se revalorizasen para el gusto avant la lettre, pues el clasicismo de sus discursos casi fue barrido por la violencia de los ismos. Son esos legados pictóricos realistas en sus diversas matizaciones, la cámara de las maravillas del arte a contracorriente de todos los tiempos. Las imágenes de esa época hacían contrapunto entre el tardorromanticismo elegante y las iconoclastas vanguardias. Abriendo el camino del arte del siglo XX los talentos de Picasso y los cubistas convivían con el realismo de Jacques-Émile Blanche o Giovanni Boldini en París; Balla y los futuristas cohabitaban con los artistas de la mancha o Machiaolli; los descubrimientos de Turner en el Reino Unido servían de inspiración lejana a la figuración de Sir John Singer Sargent, quien recogía con realismo la vida y los rostros de la alta sociedad al tiempo que los envolvía en refulgencias propias del reino moderno de la luz.
En este ámbito de Un tiempo recobrado es donde se localiza la producción tardorromántica, tangencialmente modernista y denodadamente valleinclanesca de Carlos Sobrino.
En los cuadros y dibujos de Carlos Sobrino, se recogen todos los aspectos de la cultura de la época Proust, a caballo entre el tiempo perdido y el tiempo recobrado que se han mencionado en las líneas precedentes. Sus cuadros, lo mismo que los de Sorolla o los de Sert, son monumentales. Están realizados con un novedoso estilo inspirado en la luz y el color pero vinculado al realismo y alejado de las innovaciones formales de las vanguardias. Recogen escenas costumbristas no con una intención reaccionaria, sino con una idea de arqueología del gusto y de los hábitos. Son creaciones de gran modernidad que sirven además como archivo de la memoria de un tiempo real.
Las composiciones tienen aire teatral y recuerdan a la colocación de los personajes para una ópera en una gran escena. Esto los hace más grandiosos, pues realizados con la modernidad de la luz emplean las composiciones de perspectivas fotográficas propias de los más geniales pintores del siglo XX.
La exposición de Pontevedra nos permite tener no sólo una visión de un conjunto artístico sublime, sino también conocer la realidad de un tiempo a través de los ojos intelectuales del pintor con oficio y con interés por conocer más de la vida de los demás. La pequeña representación idealizada del mundo de los años primeros del siglo XX en Galicia realizada por Carlos Sobrino es un gesto de arqueología cultural. Es una axial puesta en escena de fingido verdadero que navega a pesar de todo á rebours, a contracorriente. En las minorías se encuentra en ocasiones la clave.
Al pintor pontevedrés Carlos Sobrino le correspondió iniciar y pintar los primeros capítulos de su actividad creativa en un tiempo coincidente con el solsticio de la Belle Époque. Una época en la que el arte, la música y la moda basculaban entre el preciosismo modernista y la reinvención del mundo vanguardista. La revisitación de su universo se hace ahora en la exposición que Caixanova dedica al pintor en su sala de Pontevedra y que más tarde podrá ser vista en Vigo.
Al acercarse a este universo de artista, se consigue hacer un análisis del momento histórico en que las obras fueron ejecutadas. La del cambio de siglo era una época en la que se apreciaban las novedades artísticas, a la vez que se ahondaba en las raíces nacionales europeas y se veían con curiosidad las relaciones sociales entre los representantes del Antiguo Régimen y la burguesía ascendente, las relaciones entre el viejo y el nuevo mundo.
Es significativo mencionar que la forma de hacer l´ambience sobrino correspondía más al gusto clasicista de la época que a los dictados de las vanguardias. Al extremo de que hubieron de pasar décadas para que las extraordinarias y complejas producciones de este artista o de otros contemporáneos suyos como Sorolla, Sert, Zuloaga y tantos otros artistas preciosistas, se revalorizasen para el gusto avant la lettre, pues el clasicismo de sus discursos casi fue barrido por la violencia de los ismos. Son esos legados pictóricos realistas en sus diversas matizaciones, la cámara de las maravillas del arte a contracorriente de todos los tiempos. Las imágenes de esa época hacían contrapunto entre el tardorromanticismo elegante y las iconoclastas vanguardias. Abriendo el camino del arte del siglo XX los talentos de Picasso y los cubistas convivían con el realismo de Jacques-Émile Blanche o Giovanni Boldini en París; Balla y los futuristas cohabitaban con los artistas de la mancha o Machiaolli; los descubrimientos de Turner en el Reino Unido servían de inspiración lejana a la figuración de Sir John Singer Sargent, quien recogía con realismo la vida y los rostros de la alta sociedad al tiempo que los envolvía en refulgencias propias del reino moderno de la luz.
En este ámbito de Un tiempo recobrado es donde se localiza la producción tardorromántica, tangencialmente modernista y denodadamente valleinclanesca de Carlos Sobrino.
En los cuadros y dibujos de Carlos Sobrino, se recogen todos los aspectos de la cultura de la época Proust, a caballo entre el tiempo perdido y el tiempo recobrado que se han mencionado en las líneas precedentes. Sus cuadros, lo mismo que los de Sorolla o los de Sert, son monumentales. Están realizados con un novedoso estilo inspirado en la luz y el color pero vinculado al realismo y alejado de las innovaciones formales de las vanguardias. Recogen escenas costumbristas no con una intención reaccionaria, sino con una idea de arqueología del gusto y de los hábitos. Son creaciones de gran modernidad que sirven además como archivo de la memoria de un tiempo real.
Las composiciones tienen aire teatral y recuerdan a la colocación de los personajes para una ópera en una gran escena. Esto los hace más grandiosos, pues realizados con la modernidad de la luz emplean las composiciones de perspectivas fotográficas propias de los más geniales pintores del siglo XX.
La exposición de Pontevedra nos permite tener no sólo una visión de un conjunto artístico sublime, sino también conocer la realidad de un tiempo a través de los ojos intelectuales del pintor con oficio y con interés por conocer más de la vida de los demás. La pequeña representación idealizada del mundo de los años primeros del siglo XX en Galicia realizada por Carlos Sobrino es un gesto de arqueología cultural. Es una axial puesta en escena de fingido verdadero que navega a pesar de todo á rebours, a contracorriente. En las minorías se encuentra en ocasiones la clave.
To-day en el correo gallego, este texto sobre la gran pintura española, gallega y universal. Les arts et les jours!