sábado, 21 de agosto de 2010

Cada vez que decimos adios


Cada vez que decimos adiós

durante la infancia, cuando la madre nos dejaba en la puerta del internado y nos decía adiós, sin duda por un breve lapso de tiempo, nos sentíamos morir un poco. Al crecer y ser padres o madres, también nos sentimos decaer al dejar en la puerta del colegio o en la puerta de embarque del avión, aún por unas vacaciones educativas, a nuestra prole.
En el amor parental, en el amor de la amistad o en el amor del amante, las despedidas siempre son una gota de zumo rojo que explota doliente como a borbotones de una granada exuberante. El adiós, aún cuando se sabe del reencuentro, siempre resulta doliente.
Mas doloroso resulta aún, cuando del interludio no conocemos el retorno. Cuando la duda, no nos permite otra cosa que fenecer en la inquietud por el devenir.
Dos compositores venidos de tierras americanas, retrataron con canciones hermosas las intermitencias del corazón en espera. Del corazón en despido circunstancial y del corazón entregado mientras espera un sí.
Reynaldo Hahn, el compositor de las más bellas canciones de la Belle Époque, a quien el festival de Lied de Santiago, dedicará una velada este otoño, nos dejó algunas de las más hermosas páginas del amor en entrega y de ese duendecillo en estado de despedida o espera. En una preciosa canción titulada Ofrenda, entrega el corazón, sin esperar despedida y pide, en la alquimia de la música con el poema de Paul Verlaine, que trate las flores, las frutas y el corazón entregado con tal delicadeza que le permita compartir el sueño de quien duerme. En ese caso, no se dice adiós, antes bien se comparte el sigilo amoroso del sueño y su latencia onírica.
Hahn fue además de compositor, célebre director de orquesta y amigo de Marcel Proust, ambos retrataron la época del tiempo perdido con notas y líneas de nívea blancura y rayas azules como pensadas para las playas del Lido veneciano.
Otro autor también llegado de América, que marcó la época inmediatamente posterior a la de entreguerras, es Cole Porter. Entre otras muchas de sus canciones, citemos aquí para ensoñar sobre las despedidas amatorias, o las esperas que han de ser recompensadas, su hermosa canción Every time we say goodbye. En ella el poeta habla de la tristeza de la separación y del sentimiento de aire de primavera cuando se encuentra cerca del amor. Con el amor cerca suenan campanillas y se ven estrellas, polvo de estrella anunciando el camino.
Entre canciones oferentes de Reynaldo Hahn y despedidas sentimentales de Cole Porter, en la magnífica versión de Annie Lennox, pasemos el estío a la espera del proustiano amor recobrado, por ser cierto que nunca se despidió.

Román Padín Otero