Erwin Olaf. Delicias y jardines fotográficos
El Da2 de Salamanca dedica al fotógrafo holandés Erwin Olaf una monumental retrospectiva que abarca los años 1984 a 2009. En la muestra, comisariaza por Javier Panera, más de doscientas obras correspondientes a diversas series fotográficas del autor, ofrecen la trémula visión de un universo sutilmente desgarrado y lleno de pérfida sensualidad.
Son varios los capítulos del discurso fotográfico en los que desarrolla su trabajo Erwin Olaf. Los retratos de personajes, en los que crea una representación psicológica de un momento de la acción del retratado, al rodearlo de los objetos que le son cercanos o de aquellos que se requieren por el artista para crear un discurso concreto, son el leitmotiv de su universo y en torno a este telón de fondo realiza variaciones y suites.
Sus propuestas imbrican con contemporaneidad intertextual, el lenguaje destinado a los medios de comunicación y el destinado a los muros blancos de los espacios de las bellas artes. Es habitual en estos retratos encontrar al propio artista en autorepresentación, solo o en compañía de sus amigos y en esas fotografías se mezclan los guiños subjetivos del autor con los códigos de la fotografía de moda.
En fotografías de la serie “Squares” (1988), se recoge esta inquietante inconexión de elementos que no deja impasible a nadie y que crean la incógnita de saber qué estamos mirando, un retrato, un bodegón, un anuncio, un paisaje o un diario íntimo. Aquí está una de las claves de Erwin Olaf, su poliédrica contemporaneidad que asimila los diversos estilos en un discurso unívoco. Y en esos retratos en blanco y negro de aires Mapplethorpe mezcla glamour y vísceras, con la elegancia del sueño eterno del surrealismo.
En otras de sus primeras series, la estética gótica y sensualidad mórbida, como en “Chessmen” (1988), advierte este universo de puesta en escena para retrato psicológico del personaje, como si de una revisión de “El jardín de las delicias” de El Bosco o una fotografía de Joel-Peter Witkin se tratara. Aquí el gusto por lo que roza la pesadilla se transcribe al siglo XX en clave fin milenarista de oscuras pesadillas de la razón, igualmente sofisticadas y desgarradas.
La cópula entre las campañas de publicidad para casas como Diesel o Lavazza con las propuestas intelectuales del creador, le llevan a crear un novum que se retroalimenta de la producción del artista, a la imagen de la empresa y viceversa. Esto ocurre también en muchos otros casos de grandes fotógrafos que trabajan para empresas de moda o estilo Cindy Sherman para Comme des Garçons; Cedric Buchet para Prada; Ellen von Unwerth para Alberta Ferreti. Es el espíritu de la fusión entre los medios de comunicación de masas y el cubo blanco. Que además produce discursos de ironía o sátira en ambos sentidos. Así Erwin Olaf, como contestación al gusto por la eterna juventud y la exangüe delgadez del mundo de la moda, contesta con series como “Mature” (1999) o “Fashion victims” (2000), en las que retrata epatando al burgués, personajes de edad avanzada y juega con la hipersexualidad del cambio de siglo.
La estética homoerótica y la hiperfeminidad de serie B, está también en los complejos retratos y composiciones que realiza a partir del 2000. Retratos de gran opulencia se suceden en diversas series poniendo énfasis en las postrimerías del gusto y en la opulencia del exceso festivo y de celebraciones propias de una época de euforia económica. En “Royal Blood” (2000) o “Paradise. The club” (2002), recrea este frenesí de nuevo estilo bellas artes, como en el París de la Belle Époque, pero sustituyendo el techno por el can can y las crinolinas por el disfraz de tribus urbanas.
El momento suspendido, dentro de fotografías narrativas en circunstancias de incierta resolución predomina en sus producciones desde 2005. Son series con estética pulcra y limpia que parecen comunicar un tiempo introspectivo en el universo del creador. Son metafísicas mudas de estilo thriller. En la serie “Hope” (2005), “Rain” (2006), “Grief” (2007), personajes en busca de autor hacen lecciones de interpretación estática.
El lado oculto de los personajes y las revisiones del arte se aprecian en sus recientes producciones. La serie “Fall” (2009), retrata como en un boceto, exento del arte final de la pose, los párpados caídos de los modelos.
Esta rigurosa y bella exposición nos adentra en el universo de un holandés errante por las cuestiones axiales de la metafísica del hombre en los siglos XX y XXI. Lo que somos, lo que desearíamos y lo que seremos, se fotografía con variedad de discursos por este creador de grandes escenas dramáticas.
Román Padín Otero
El Da2 de Salamanca dedica al fotógrafo holandés Erwin Olaf una monumental retrospectiva que abarca los años 1984 a 2009. En la muestra, comisariaza por Javier Panera, más de doscientas obras correspondientes a diversas series fotográficas del autor, ofrecen la trémula visión de un universo sutilmente desgarrado y lleno de pérfida sensualidad.
Son varios los capítulos del discurso fotográfico en los que desarrolla su trabajo Erwin Olaf. Los retratos de personajes, en los que crea una representación psicológica de un momento de la acción del retratado, al rodearlo de los objetos que le son cercanos o de aquellos que se requieren por el artista para crear un discurso concreto, son el leitmotiv de su universo y en torno a este telón de fondo realiza variaciones y suites.
Sus propuestas imbrican con contemporaneidad intertextual, el lenguaje destinado a los medios de comunicación y el destinado a los muros blancos de los espacios de las bellas artes. Es habitual en estos retratos encontrar al propio artista en autorepresentación, solo o en compañía de sus amigos y en esas fotografías se mezclan los guiños subjetivos del autor con los códigos de la fotografía de moda.
En fotografías de la serie “Squares” (1988), se recoge esta inquietante inconexión de elementos que no deja impasible a nadie y que crean la incógnita de saber qué estamos mirando, un retrato, un bodegón, un anuncio, un paisaje o un diario íntimo. Aquí está una de las claves de Erwin Olaf, su poliédrica contemporaneidad que asimila los diversos estilos en un discurso unívoco. Y en esos retratos en blanco y negro de aires Mapplethorpe mezcla glamour y vísceras, con la elegancia del sueño eterno del surrealismo.
En otras de sus primeras series, la estética gótica y sensualidad mórbida, como en “Chessmen” (1988), advierte este universo de puesta en escena para retrato psicológico del personaje, como si de una revisión de “El jardín de las delicias” de El Bosco o una fotografía de Joel-Peter Witkin se tratara. Aquí el gusto por lo que roza la pesadilla se transcribe al siglo XX en clave fin milenarista de oscuras pesadillas de la razón, igualmente sofisticadas y desgarradas.
La cópula entre las campañas de publicidad para casas como Diesel o Lavazza con las propuestas intelectuales del creador, le llevan a crear un novum que se retroalimenta de la producción del artista, a la imagen de la empresa y viceversa. Esto ocurre también en muchos otros casos de grandes fotógrafos que trabajan para empresas de moda o estilo Cindy Sherman para Comme des Garçons; Cedric Buchet para Prada; Ellen von Unwerth para Alberta Ferreti. Es el espíritu de la fusión entre los medios de comunicación de masas y el cubo blanco. Que además produce discursos de ironía o sátira en ambos sentidos. Así Erwin Olaf, como contestación al gusto por la eterna juventud y la exangüe delgadez del mundo de la moda, contesta con series como “Mature” (1999) o “Fashion victims” (2000), en las que retrata epatando al burgués, personajes de edad avanzada y juega con la hipersexualidad del cambio de siglo.
La estética homoerótica y la hiperfeminidad de serie B, está también en los complejos retratos y composiciones que realiza a partir del 2000. Retratos de gran opulencia se suceden en diversas series poniendo énfasis en las postrimerías del gusto y en la opulencia del exceso festivo y de celebraciones propias de una época de euforia económica. En “Royal Blood” (2000) o “Paradise. The club” (2002), recrea este frenesí de nuevo estilo bellas artes, como en el París de la Belle Époque, pero sustituyendo el techno por el can can y las crinolinas por el disfraz de tribus urbanas.
El momento suspendido, dentro de fotografías narrativas en circunstancias de incierta resolución predomina en sus producciones desde 2005. Son series con estética pulcra y limpia que parecen comunicar un tiempo introspectivo en el universo del creador. Son metafísicas mudas de estilo thriller. En la serie “Hope” (2005), “Rain” (2006), “Grief” (2007), personajes en busca de autor hacen lecciones de interpretación estática.
El lado oculto de los personajes y las revisiones del arte se aprecian en sus recientes producciones. La serie “Fall” (2009), retrata como en un boceto, exento del arte final de la pose, los párpados caídos de los modelos.
Esta rigurosa y bella exposición nos adentra en el universo de un holandés errante por las cuestiones axiales de la metafísica del hombre en los siglos XX y XXI. Lo que somos, lo que desearíamos y lo que seremos, se fotografía con variedad de discursos por este creador de grandes escenas dramáticas.
Román Padín Otero
La moda entorno a Maruja Mallo
La pintora gallega Maruja Mallo, ha sido sujeto de varias grandes exposiciones retrospectivas. La última de ellas ha tenido lugar en esta temporada de otoño 2009, en la Casa das Artes de Vigo, bajo la organización de Caixa Galicia, dentro de su programa fundacional.
La monumental exposición reúne obras de todas las épocas de esta artista. Muchos son los estudios y ensayos que se han realizado sobre la figura y obra de esta genial artista al hilo de la muestra de referencia. Ha habido diversos interesantes análisis sobre la conceptuación como surrealista de la pintora y también se ha profundizado sobre los aspectos más espectaculares de la vida de la artista, como su relación con André Bretón o su encuentro con Andy Warhol. Conocidos que fueren estos espléndidos estudios de análisis directo, parece oportuno para hacer variaciones sobre el tema en un análisis transversal.
Varias fotografías de Maruja Mallo, correspondientes a diversas épocas de su vida, nos invitan a una visión de la mujer en diversos escenarios. “La feminidad como mascarada” (Joan Riviere, 1929), es lo que nos evocan los retratos que de ella tomaron con collar de conchas midiendo una caracola como una científica (1944) , cubierta de algas marinas como una diosa (1945) maquillada y envueltas en pieles como una estrella decadente (1982). Es la presencia fascinante de las diversas alteridades que la artista adopta con el paso de los tiempos, entre otras circunstancias provocadas por el estilo de cada época.
Uno de los factores modernos y contemporáneos, que influyen en los cambios de la apariencia humana es la moda. Y no es ajeno al surrealismo que se citen a “Maniquís en la fastuosidad eléctrica de los escaparates, con sus neutras sensualidades mecánicas y articulaciones turbadoras” (Salvador Dalí, 1927).
Así nos encontramos la moda en la figura y la obra de Maruja Mallo, como en uno de sus cuadros de geometrías caleidoscópicas, repetida y poéticamente.
A finales de los años veinte, vemos en sus cuadros un gusto por el folklorismo en forma de bodegones de recuerdos u objetos cotidianos. Sus series de Verbenas (1927), reinventan un mundo festivo de aires galaicos donde arquitectura, etnografía y cultura popular se cruzan con aires eso sí, “art déco”, el estilo de las artes aplicadas más de moda en la época.
En el bodegón titulado “Elementos para el deporte” (1927), se ordenan con pulcritud raquetas, pelotas, dameros y cometas. Aquí dos elementos de la época hacen alquimia, el gusto por el sport característico de aquellos años y nuevamente el lenguaje art déco del cuadro. Además, sirve este elegante cuadro de introducción a otro aspecto radicalmente inherente a la época, que es el “Women´s Liberation”. La mujer con la tez morena por el sol, el gusto por los baños de mar, el cuerpo liberado, es una aportación de esos años que se recoge en el entorno de la vida saludable y el deporte. No sólo pinta Maruja Mallo, este bodegón sino que realiza también diversos retratos del universo femenino en la modernidad de la época. Retrata mujeres morenas, “La isleña” (1927); mujer deportista, “Ciclista” (1927); mujeres bañistas, “Dos mujeres en una playa” (1928).
No es baladí mencionar que la gran agiotista de la moda en esos años es Coco Chanel, quien con tejidos como el punto de Rodier, el desuso del corsé, los tweeds de lana, los bañadores y el pantalón, fomentaba la mujer moderna que habría de marcar el estilo del siglo. Maruja Mallo retrata pues a la mujer moderna.
La moda es lo que pasa de moda, el estilo y el arte permanecen, así que con el cambio de década vemos unos retratos geométricos influidos por el maquinismo y quizás la idea de la mujer obrera. “La red” o “Mensaje del mar” (1938), presentan una simplicidad y revisión racionalista art déco, que avanzan sobre el neoclasicismo déco de la década anterior. Como referencia, los vestidos al bies de Madeleine Vionnet, geométricos, de la época y futuros.
En los años cuarenta, los monumentales retratos de efigies femeninas nos abren la visión a otra representación plástica. “Cabeza de mujer” (1941) o “Oro” 1951, inciden en los peinados y los maquillajes de las retratadas, pero no lo hacen como accesorio, sino que el cuadro en sí mismo reside en la minuciosa representación pictórica de esos matices. Son un resumen del novedoso estilo de la época difundido por la modista Elsa Schiaparelli y luego reconducido por Christian Dior. El pelo se lleva recogido en moños como torres o recogido para colocar sombreros como casquetes. Y el maquillaje es marcado como el de las actrices de Hollywood. Maruja Mallo viste al arte pictórico con la moda y de esa cópula nace un novum.
Modismos que escapan el paso del tiempo. El caleidoscopio del siglo XX en Maruja Mallo y las postrimerías de la pintora con la moda de Chanel, Vionnet y Schiaparelli.
Román Padín Otero
La pintora gallega Maruja Mallo, ha sido sujeto de varias grandes exposiciones retrospectivas. La última de ellas ha tenido lugar en esta temporada de otoño 2009, en la Casa das Artes de Vigo, bajo la organización de Caixa Galicia, dentro de su programa fundacional.
La monumental exposición reúne obras de todas las épocas de esta artista. Muchos son los estudios y ensayos que se han realizado sobre la figura y obra de esta genial artista al hilo de la muestra de referencia. Ha habido diversos interesantes análisis sobre la conceptuación como surrealista de la pintora y también se ha profundizado sobre los aspectos más espectaculares de la vida de la artista, como su relación con André Bretón o su encuentro con Andy Warhol. Conocidos que fueren estos espléndidos estudios de análisis directo, parece oportuno para hacer variaciones sobre el tema en un análisis transversal.
Varias fotografías de Maruja Mallo, correspondientes a diversas épocas de su vida, nos invitan a una visión de la mujer en diversos escenarios. “La feminidad como mascarada” (Joan Riviere, 1929), es lo que nos evocan los retratos que de ella tomaron con collar de conchas midiendo una caracola como una científica (1944) , cubierta de algas marinas como una diosa (1945) maquillada y envueltas en pieles como una estrella decadente (1982). Es la presencia fascinante de las diversas alteridades que la artista adopta con el paso de los tiempos, entre otras circunstancias provocadas por el estilo de cada época.
Uno de los factores modernos y contemporáneos, que influyen en los cambios de la apariencia humana es la moda. Y no es ajeno al surrealismo que se citen a “Maniquís en la fastuosidad eléctrica de los escaparates, con sus neutras sensualidades mecánicas y articulaciones turbadoras” (Salvador Dalí, 1927).
Así nos encontramos la moda en la figura y la obra de Maruja Mallo, como en uno de sus cuadros de geometrías caleidoscópicas, repetida y poéticamente.
A finales de los años veinte, vemos en sus cuadros un gusto por el folklorismo en forma de bodegones de recuerdos u objetos cotidianos. Sus series de Verbenas (1927), reinventan un mundo festivo de aires galaicos donde arquitectura, etnografía y cultura popular se cruzan con aires eso sí, “art déco”, el estilo de las artes aplicadas más de moda en la época.
En el bodegón titulado “Elementos para el deporte” (1927), se ordenan con pulcritud raquetas, pelotas, dameros y cometas. Aquí dos elementos de la época hacen alquimia, el gusto por el sport característico de aquellos años y nuevamente el lenguaje art déco del cuadro. Además, sirve este elegante cuadro de introducción a otro aspecto radicalmente inherente a la época, que es el “Women´s Liberation”. La mujer con la tez morena por el sol, el gusto por los baños de mar, el cuerpo liberado, es una aportación de esos años que se recoge en el entorno de la vida saludable y el deporte. No sólo pinta Maruja Mallo, este bodegón sino que realiza también diversos retratos del universo femenino en la modernidad de la época. Retrata mujeres morenas, “La isleña” (1927); mujer deportista, “Ciclista” (1927); mujeres bañistas, “Dos mujeres en una playa” (1928).
No es baladí mencionar que la gran agiotista de la moda en esos años es Coco Chanel, quien con tejidos como el punto de Rodier, el desuso del corsé, los tweeds de lana, los bañadores y el pantalón, fomentaba la mujer moderna que habría de marcar el estilo del siglo. Maruja Mallo retrata pues a la mujer moderna.
La moda es lo que pasa de moda, el estilo y el arte permanecen, así que con el cambio de década vemos unos retratos geométricos influidos por el maquinismo y quizás la idea de la mujer obrera. “La red” o “Mensaje del mar” (1938), presentan una simplicidad y revisión racionalista art déco, que avanzan sobre el neoclasicismo déco de la década anterior. Como referencia, los vestidos al bies de Madeleine Vionnet, geométricos, de la época y futuros.
En los años cuarenta, los monumentales retratos de efigies femeninas nos abren la visión a otra representación plástica. “Cabeza de mujer” (1941) o “Oro” 1951, inciden en los peinados y los maquillajes de las retratadas, pero no lo hacen como accesorio, sino que el cuadro en sí mismo reside en la minuciosa representación pictórica de esos matices. Son un resumen del novedoso estilo de la época difundido por la modista Elsa Schiaparelli y luego reconducido por Christian Dior. El pelo se lleva recogido en moños como torres o recogido para colocar sombreros como casquetes. Y el maquillaje es marcado como el de las actrices de Hollywood. Maruja Mallo viste al arte pictórico con la moda y de esa cópula nace un novum.
Modismos que escapan el paso del tiempo. El caleidoscopio del siglo XX en Maruja Mallo y las postrimerías de la pintora con la moda de Chanel, Vionnet y Schiaparelli.
Román Padín Otero
Transgénero íntimo
Familiar feelings. CGAC. Santiago de Compostela. Fotografía, vídeo, pintura y objetos. Varios autores. 24 setiembre a 13 diciembre 2009.
En esta exposición se reúnen fotografías tomadas a partir de la década de los años setenta por artistas como Nan Goldin, Philip-Lorca diCorcia o Jack Pierson. Retratos de la intimidad y la vida cotidiana realizados por unos jóvenes alternativos, que luego devendrían en aplaudidos artistas en todo el mundo.
A mediados de los años setenta un heterogéneo grupo de artistas coincidieron en su época de formación en las escuelas de arte en Boston y compartiendo experiencias, realizaron un trabajo fotográfico que retrataba con naturalismo su vida privada y todo lo que les rodeaba.
Los del Grupo de Boston escribieron una página neonaturalista de la historia del arte. Vivían y retrataban con espontaneidad todas las pequeñas cosas que hacían, desde las siestas, a las comidas campestres; desde el sexo de los amantes a las sonrisas de los amigos. Este informal realismo no aparecía por primera vez en la historia pero sí lo hacía en un momento de cambios culturales que definían las últimas décadas del siglo XX. En esos años, dramáticos acontecimientos como la guerra de Vietnam, el Watergate o avanzando el tiempo la lacra del Sida, marcaron las vidas de varias generaciones e influyeron en la actitud de los artistas para definir el contenido de su creaciones.
El naturalismo más conocido como movimiento artístico adscrito a una época es el del siglo XIX, con la novela de Zola o Pardo Bazán y la pintura de Charles Cottet o Sorolla. En esa época, las grandes diferencias sociales y la brutalidad maquinista derivada de las revoluciones industriales, impactó a los artistas al extremo de llevarlos a retratar rotundas escenas de accidentes en fábricas, enfermedades o muertes, con la máxima veracidad en los detalles, los rostros y los gestos. Ese naturalismo decimonónico era ajeno al artista, el creador no participaba en los acontecimientos que narraba su obra. El arte del siglo XX, trajo entre otras muchas novedades la de la introducción de la experiencia vital del artista en la obra de arte. La creación procesual, la acción, la incorporación de la biografía a la obra, conforman fuentes de información y aportes del creador para desarrollar nuevos discursos. La unión del naturalismo con la experiencia íntima y personal del artista permitió páginas del arte como la de los miembros del grupo de Boston al que se dedica esta exposición comisariada por Manuel Segade.
La experiencia personal y la investigación sobre aspectos de la realidad poco convencionales o marginales o incluso incómodos para la sociedad burguesa es el ámbito que cohesiona el trabajo de los artistas expuestos. La libertad moral y sexual de los artistas presentes en la muestra, junto a su mirada subjetiva y su atención a lo familiar o íntimo son los elementos de conexión entre los artistas expuestos y las generaciones que representan.
Como antecedentes y creadores de referencia están en la exposición Diane Arbus y Larry Clark. La primera con sus retratos de parejas e investigaciones sociológicas sobre la vida de personas con inteligencia límite y el segundo con sus portfolios autobiográficos de vida con las drogas. Las imágenes crudas de los dos autores marcan el tono de las generaciones siguientes imbuidas de naturalismo.
Nan Goldin, con sus experiencias sobre el ambiente de la belleza alternativa de los transvestidos y la vida de los clubs, está en la muestra con referencia expresa a su serie “The other side”, donde recoge su participación en el mundo de las reinas de la noche.
David Armstrong, realizaba retratos de personaje en efigie de busto, con el menor de los decorados, en color o en blanco y negro. En ellos aparecen escenas de baile, risas, bebida o drogas en la noche y con la moda after punk del momento.
El estilo de retrato con decorado de Philip-Lorca diCorcia, tan difundido en la fotografía de moda, está ya asentado en la época a la que se dedica la exposición. Los personajes son sacados de experiencias personales del artista como el retrato de amigo enfermo o el chico de alquiler californiano.
Shellburne Thurber, con sus retratos de amigos en acción de crear o la casa de su abuela recogida como un decorado, también aporta su experiencia al visitante.
Una segunda escena de los artistas de Boston, más cercana al momento nueva ola de los años ochenta, está representada en la exposición por las fotos de Mark Morrisroe, los gemelos Starn, Gail Thacker, Tabboo! y Jack Pierson. Estos artistas coinciden también en la escuela y retratan experiencias personales y el mundo de la escena postpunk y noctámbula del momento. Morrisroe con una vida corta y veloz retrata incluso su propia decadencia física por la enfermedad. Los gemelos Starn, fueron modelos fetiche del grupo. Jack Pierson, recoge en diversos soportes sus experiencias e intereses de corte homoerótico. Y Thacker, junto a Tabboo!, aportan un imaginario lúdico al grupo en clave femenina.
Esta exposición no sólo nos presenta por primera vez a estos fotógrafos como escuela, sino que nos enseña cómo exprimir al límite cada segundo de vida.
Román Padín Otero
Familiar feelings. CGAC. Santiago de Compostela. Fotografía, vídeo, pintura y objetos. Varios autores. 24 setiembre a 13 diciembre 2009.
En esta exposición se reúnen fotografías tomadas a partir de la década de los años setenta por artistas como Nan Goldin, Philip-Lorca diCorcia o Jack Pierson. Retratos de la intimidad y la vida cotidiana realizados por unos jóvenes alternativos, que luego devendrían en aplaudidos artistas en todo el mundo.
A mediados de los años setenta un heterogéneo grupo de artistas coincidieron en su época de formación en las escuelas de arte en Boston y compartiendo experiencias, realizaron un trabajo fotográfico que retrataba con naturalismo su vida privada y todo lo que les rodeaba.
Los del Grupo de Boston escribieron una página neonaturalista de la historia del arte. Vivían y retrataban con espontaneidad todas las pequeñas cosas que hacían, desde las siestas, a las comidas campestres; desde el sexo de los amantes a las sonrisas de los amigos. Este informal realismo no aparecía por primera vez en la historia pero sí lo hacía en un momento de cambios culturales que definían las últimas décadas del siglo XX. En esos años, dramáticos acontecimientos como la guerra de Vietnam, el Watergate o avanzando el tiempo la lacra del Sida, marcaron las vidas de varias generaciones e influyeron en la actitud de los artistas para definir el contenido de su creaciones.
El naturalismo más conocido como movimiento artístico adscrito a una época es el del siglo XIX, con la novela de Zola o Pardo Bazán y la pintura de Charles Cottet o Sorolla. En esa época, las grandes diferencias sociales y la brutalidad maquinista derivada de las revoluciones industriales, impactó a los artistas al extremo de llevarlos a retratar rotundas escenas de accidentes en fábricas, enfermedades o muertes, con la máxima veracidad en los detalles, los rostros y los gestos. Ese naturalismo decimonónico era ajeno al artista, el creador no participaba en los acontecimientos que narraba su obra. El arte del siglo XX, trajo entre otras muchas novedades la de la introducción de la experiencia vital del artista en la obra de arte. La creación procesual, la acción, la incorporación de la biografía a la obra, conforman fuentes de información y aportes del creador para desarrollar nuevos discursos. La unión del naturalismo con la experiencia íntima y personal del artista permitió páginas del arte como la de los miembros del grupo de Boston al que se dedica esta exposición comisariada por Manuel Segade.
La experiencia personal y la investigación sobre aspectos de la realidad poco convencionales o marginales o incluso incómodos para la sociedad burguesa es el ámbito que cohesiona el trabajo de los artistas expuestos. La libertad moral y sexual de los artistas presentes en la muestra, junto a su mirada subjetiva y su atención a lo familiar o íntimo son los elementos de conexión entre los artistas expuestos y las generaciones que representan.
Como antecedentes y creadores de referencia están en la exposición Diane Arbus y Larry Clark. La primera con sus retratos de parejas e investigaciones sociológicas sobre la vida de personas con inteligencia límite y el segundo con sus portfolios autobiográficos de vida con las drogas. Las imágenes crudas de los dos autores marcan el tono de las generaciones siguientes imbuidas de naturalismo.
Nan Goldin, con sus experiencias sobre el ambiente de la belleza alternativa de los transvestidos y la vida de los clubs, está en la muestra con referencia expresa a su serie “The other side”, donde recoge su participación en el mundo de las reinas de la noche.
David Armstrong, realizaba retratos de personaje en efigie de busto, con el menor de los decorados, en color o en blanco y negro. En ellos aparecen escenas de baile, risas, bebida o drogas en la noche y con la moda after punk del momento.
El estilo de retrato con decorado de Philip-Lorca diCorcia, tan difundido en la fotografía de moda, está ya asentado en la época a la que se dedica la exposición. Los personajes son sacados de experiencias personales del artista como el retrato de amigo enfermo o el chico de alquiler californiano.
Shellburne Thurber, con sus retratos de amigos en acción de crear o la casa de su abuela recogida como un decorado, también aporta su experiencia al visitante.
Una segunda escena de los artistas de Boston, más cercana al momento nueva ola de los años ochenta, está representada en la exposición por las fotos de Mark Morrisroe, los gemelos Starn, Gail Thacker, Tabboo! y Jack Pierson. Estos artistas coinciden también en la escuela y retratan experiencias personales y el mundo de la escena postpunk y noctámbula del momento. Morrisroe con una vida corta y veloz retrata incluso su propia decadencia física por la enfermedad. Los gemelos Starn, fueron modelos fetiche del grupo. Jack Pierson, recoge en diversos soportes sus experiencias e intereses de corte homoerótico. Y Thacker, junto a Tabboo!, aportan un imaginario lúdico al grupo en clave femenina.
Esta exposición no sólo nos presenta por primera vez a estos fotógrafos como escuela, sino que nos enseña cómo exprimir al límite cada segundo de vida.
Román Padín Otero
He publicado estos artículos sobre Erwin Olaf, Maruja Mallo y el Family Feelings en Artnotes...Román