La moda de una época elegante
Cuenta Christian Dior en sus memorias que al abrir su empresa en 1946, contó con la colaboración de una dama llamada Mme. Bricard, que era un ejemplo perfecto de cosmopolita. Era además elegante y tenía chic, algo que en esa época situada hace más de cincuenta años, ya era calificado por el propio modisto como algo "anticuado".
Yves Saint Laurent, tomó el relevo de Monsieur Dior y fue el último de los diseñadores para elegantes, pues sus clientas aún eran más notables que los vestidos, sublimes, que él creaba. Después de él, los trajes de autor, dominan al que lo luce y no hay nada más atrabiliario que un jinete vaqueteado por su caballo. En la actualidad, la elegancia vinculada al vestido ha perdido significado, pues los trajes resultan más importantes que las personas que los llevan. La cultura del logo imposibilita eso que refiere intrínsecamente lo elegante que es algo dotado de gracia, nobleza y sencillez.
Ella, la elegancia, como la arlesiana de Christian Lacroix, es alguien que está en otra parte, ausente, anónima.
Es pues, lo elegante algo inherente al gesto y al espíritu del individuo. Es una virtud que se manifiesta en la mirada y en la gracia del sujeto, quizá una forma de humildad. En la nobleza de espíritu y en el convencimiento de la imperfección de uno mismo, hay elegancia. Y son ejemplo de ella, las siete obras caravaggianas, enseñar, aconsejar, corregir, perdonar, consolar, tolerar, meditar.
El ideal tranquilo de elegancia se alcanza pues, cuando se viste sartorial, de modistería o de listo para llevar, a alguien que es elegante por su forma de ser. Y no son pocos los elegidos por las musas en esta tarea.
De elegancia o de moda más bien, trata la exposición que acaba de inaugurarse en el Pazo da Cultura de Pontevedra. A moda dos anos 80. Singularidades, revisa la época de pujanza creativa de los años ochenta en el contexto gallego, a través de las producciones textiles de empresas y diseñadores de la época.
La característica axial de esos años de movida en los que la alta y baja cultura se fusionaron, es la transición, no sólo política, sino también el tránsito del fabricante al diseñador. El diseño desde los años ochenta nos rodea absolutamente. Y también el posmodernismo, la música en videoclip y la cultura de las estrellas del pop, son nuestros compañeros. Todo era nuevo en esos años y reinaba pues, en cierto modo, la improvisación. Todo era experimental, volátil y fugaz. Las chaquetas se desestructuraban; la moda era ingenuamente oriental; las siluetas se hacían geométricas; las sillas eran incomodas y los peinados anti gravitatorios.
En esa melé de la "insoportable levedad del ser", los diseños de Adolfo Domínguez, Roberto Verino, Chicha Solla, Olga Ríos, Gene Cabaleiro, Luís Fortes, María Moreira y tantos otros modistos-diseñadores-fabricantes gallegos vivieron su sueño de una noche de verano. Unas luadas, luares que ahora se revisitan con esta exposición dedicada a una época caracterizada por la elegante voluntad de cambiar el mundo.
Yves Saint Laurent, tomó el relevo de Monsieur Dior y fue el último de los diseñadores para elegantes, pues sus clientas aún eran más notables que los vestidos, sublimes, que él creaba. Después de él, los trajes de autor, dominan al que lo luce y no hay nada más atrabiliario que un jinete vaqueteado por su caballo. En la actualidad, la elegancia vinculada al vestido ha perdido significado, pues los trajes resultan más importantes que las personas que los llevan. La cultura del logo imposibilita eso que refiere intrínsecamente lo elegante que es algo dotado de gracia, nobleza y sencillez.
Ella, la elegancia, como la arlesiana de Christian Lacroix, es alguien que está en otra parte, ausente, anónima.
Es pues, lo elegante algo inherente al gesto y al espíritu del individuo. Es una virtud que se manifiesta en la mirada y en la gracia del sujeto, quizá una forma de humildad. En la nobleza de espíritu y en el convencimiento de la imperfección de uno mismo, hay elegancia. Y son ejemplo de ella, las siete obras caravaggianas, enseñar, aconsejar, corregir, perdonar, consolar, tolerar, meditar.
El ideal tranquilo de elegancia se alcanza pues, cuando se viste sartorial, de modistería o de listo para llevar, a alguien que es elegante por su forma de ser. Y no son pocos los elegidos por las musas en esta tarea.
De elegancia o de moda más bien, trata la exposición que acaba de inaugurarse en el Pazo da Cultura de Pontevedra. A moda dos anos 80. Singularidades, revisa la época de pujanza creativa de los años ochenta en el contexto gallego, a través de las producciones textiles de empresas y diseñadores de la época.
La característica axial de esos años de movida en los que la alta y baja cultura se fusionaron, es la transición, no sólo política, sino también el tránsito del fabricante al diseñador. El diseño desde los años ochenta nos rodea absolutamente. Y también el posmodernismo, la música en videoclip y la cultura de las estrellas del pop, son nuestros compañeros. Todo era nuevo en esos años y reinaba pues, en cierto modo, la improvisación. Todo era experimental, volátil y fugaz. Las chaquetas se desestructuraban; la moda era ingenuamente oriental; las siluetas se hacían geométricas; las sillas eran incomodas y los peinados anti gravitatorios.
En esa melé de la "insoportable levedad del ser", los diseños de Adolfo Domínguez, Roberto Verino, Chicha Solla, Olga Ríos, Gene Cabaleiro, Luís Fortes, María Moreira y tantos otros modistos-diseñadores-fabricantes gallegos vivieron su sueño de una noche de verano. Unas luadas, luares que ahora se revisitan con esta exposición dedicada a una época caracterizada por la elegante voluntad de cambiar el mundo.
Román Padín Otero